sábado, 15 de diciembre de 2007

La Dulce Espera

Casi tres de la mañana de este sábado especial, y no consigo dormirme. La espera me mata: faltan aún unas 9 horas para que Boca juegue contra Milan la final del Mundial de Clubes. Mucha gente al leer esto pensará que exagero, pero ser hincha de Boca es así: ansiedad y sufrimiento antes de los partidos, sufrimiento extremo durante los 90 minutos, y al final, al menos en los últimos 10 años, una alegría también extrema, que por suerte supera todo el sufrimiento previo y nos deja preparado para el próximo encuentro. No hay nada igual. Nada; ni siquiera un exámen final en la universidad. Se me dirá que quizás la espera antes del parto, especialmente si uno va a ser padre por primera vez supere esto: no lo creo responderé convencido. Durante el embarazo los chequeos te van diciendo más o menos como viene la cosa, y salvo alguna desgracia esporádica los nacimientos transcurren tranquilamente y los bebés llegan sin demasiados sobresaltos ni sorpresas (si vienen mal uno normalmente lo sabe de antemano). Pero en el fútbol la cosa es muy distinta: no importan los "chequeos previos" , todo puede pasar en los 90 minutos. Es por eso que la espera es una acumulación de ansiedad, que disminuye un poco durante el encuentro si uno tiene la suerte de poder verlo, y que se transforma en una explosión de euforia al final. Sin embargo se podría decir que éstas últimas líneas valen para un hincha de fútbol en general; para un hincha de Boca es muy diferente. Podría aquí enumerar las diferencias, o podría contar infinidad de situaciones vividas, pero prefiero dejarles lo que escribí unos 3 años atrás, recordando un partido entre Boca y Talleres de Córdoba, justo una semana después de que Boca ganara la Copa Libertadores 2000 y River el campeonato Argentino.

Los Pibes
El domingo siguiente Boca venía a Córdoba. Contra Talleres, el club del barrio donde vivo, pero también club por el cual no tengo ningún tipo de simpatía. Hace cinco años que vivo en Barrio Jardín, y en aquel momento hacía sólo dos. Esta vez no podré ir, pensé, entre resignado y dolido. Aunque supuse que ésta vez sería más fácil resistir ese domingo con Boca tan cerca, y yo en casa escuchándolo por radio. Los motivos se imponían rotúndamente: a la falta de dinero y el frío de un típico domingo de Julio, se le sumaban, para hacer más difícil la empresa de ir al Chateau, una pequeña fractura de tobillo derecho obtenida en situación poco felíz y, aúm más importante, el hecho de que Boca jugaba con la reserva. Era Julio del 2000, Boca había salido campeón de la Copa Libertadores de América hacía apenas una semana. Al mismo tiempo, River se había coronado campeón del Clausura 2000 ( si, el Clausura se juega a principios de año; cosas del fútbol argentino ). Por lo tanto, Bianchi, el gran Bianchi, le había dado vacaciones a los jugadores profesionales, y venía a Córdoba a jugar la última fecha con los pibes. Los de Talleres necesitaban ganar, para entrar a la Copa Mercosur ( hoy, Copa Sudamericana ). Talleres había andado muy bien en el torneo, por lo que yo imaginaba una masacre futbolística. Otro punto para no ir a la cancha. Así que me tomé con bastante calma mi futura ausencia en la tribuna; sospechosa calma, debería decir.

En la semana, mientras estudiaba una materia (no recuerdo bien cuál), escuchaba radio y en la ciudad no se hablaba de otra cosa que de la inminente entrada de Talleres en la copa. Se daba por ganado el partido contra los pibes de Boca. Debo decir que eso me generaba cierto fastidio. Pensaba: “ qué bueno sería ganarles a estos giles y dejarlos afuera con los pibes, así aprenden que Boca es Boca “. Imaginaba el domingo escuchando la radio a una hora en colectivo de donde se jugaba el partido, y me sentía poco más que desdichado. Creo que es el momento de comentar que los cordobeses odian todo lo que tenga que ver con Buenos Aires, incluso a su gente. Por otro lado, a mi me cae bastante mal este hecho. Me parece injusto. No hace falta aclarar que hay una gran antipatía hacia Boca. Por todo esto, yo pensaba que tendría un sabor especial ganarles con la reserva. La semana avanzaba, y los periodistas deportivos cordobeses estaban cada vez más convencidos de que Boca venía de paseo, con unos pibes inexpertos, y que los tres puntos ya eran de Talleres. En cuanto a mí, empezaba a flaquear uno de los puntos que me mantenían tranquilo por no poder ir al estadio. Ya dejaba de ser un partido sin importancia, ahora era una batalla por el honor Xeneize. Quería ganarles más que nunca. Quería que se quedaran afuera de la copa. Por dentro, muy por dentro, pensaba: “ Por qué no le pusimos la primera ?? ” Ese equipo increíble, ese equipo imposible de olvidar, que se recita de memoria como los equipos de antes…Córdoba, Ibarra, Bermúdez, Samuel, Arruabarrena, Basualdo, Serna, Cagna, Riquelme, Barros Schellotto y Palermo, repetían cada domingo los relatores. Con Román manejando los hilos, Guillermo y Palermo que se conocían de la escuela primaria, Serna impasable al medio, y Samuel y Bermúdez que eran una máquina bien aceitada. El Vasco con su despliegue, y el negro Ibarra aportando mucho fútbol por derecha. Con ese equipo le metíamos tres pepas seguro. En cambio Bianchi había optado por licenciar al plantel y venía con unos pibes desconocidos. Sólo dos o tres que habían jugado en primera, como el Sapo Marchant, el Chaco Giménez, o Battaglia. Y el arquero Muñoz. El resto, no tenía ningún partido en primera, aunque Coloccini había jugado un mundial con la selección Sub 19 creo. Se acercaba el fin de semana, y la poca tranquilidad que me quedaba me abandonó. Cada vez quería más ir a la cancha. En realidad lo necesitaba. El Domingo me desperté temprano con fiebre. Fiebre de cancha. Ya no necesitaba ir. Ahora “tenía” que ir. Sentía que Boca me llamaba, que tenía que estar, que eso era ser hincha de Boca, ir en las difíciles. Al equipo campeón cualquiera iba a verlo. El verdadero hincha surgía en las malas. Así que me decidí. Comería arroz durante toda la semana, pero necesitaba el dinero para ir a la cancha. A la una de la tarde me abrigué bastante, ya que el día estaba helado, y por sobre la campera me calcé la azul y amarilla. Agarré las muletas (aparte de yeso, necesitaba usarlas para caminar), y me encaminé hacia la parada de colectivos. Me tomé el 31, directo al Chateau Carreras. Llegué a las dos, y me fui directo a las boleterías. Saqué mi entrada sin dificultad, ya que supuse que la mayoría de la gente llegaría sobre la hora del partido, por el frío que hacía y la amenaza de lluvia. Por fin entre al estadio, y me coloqué justo detrás del arco de la tribuna sur, bien arriba, alejado del futuro disturbio que se generaría en el corazón de la popular, imposibilitado de participar por mi lesión. No había partido de reserva, pues la reserva de Boca jugaba el partido central. En cambio, estaban jugando la cuarta de Talleres contra un equipo desconocido de chicos de algún pueblo cercano. En la popular no eramos mas de 100 personas, y considerando que tenía lugar para 5000, se veía casi vacía. Igualmente gritamos con fuerza el gol del equipo que enfrentaba a la cuarta de la T. En ese momento comprendí que los que estaban en la tribuna conmigo no habían ido simplemente a ver el partido. Se había instalado ya la rivalidad con Talleres. Querían ganarles tanto como yo. No era sólo el último partido de la fecha que había que jugar por compromiso.
Se acercaba la hora del partido, y la tribuna de ellos se empezaba a llenar de a poco, mientras que la nuestra no mostraba ningún tipo de movimiento. Seguíamos siendo alrededor de 100. Nada más. De a poco comenzó el duelo, bastante desigual por cierto, de hinchadas. Aunque nosotros gritábamos con mucha euforia, dudo que se nos escuchara desde el otro lado. Cuando Boca salió a la cancha, no faltó el histórico “Boca, mi buen amigo…”, y a continuación un “Vamos vamos los pibes, vamos vamos los pibes…” muy emotivo, aún siendo tan pocos en la popular. El partido comenzó parejo, pero ya a los 10 minutos se notaba la superioridad de la primera de Talleres. A mitad del primer tiempo, vino lo inevitable. Entrada de Astudillo al área nuestra, falta, y el árbitro marcó penal. Explotó la tribuna de ellos, ya que el empate no les servía. Tenían que ganar sí o sí. Pateó Garay, y gol de Talleres. El primer tiempo terminó 1 – 0, pero con clara superioridad del local. A los 5 minutos del segundo tiempo, córner pateado por Garay, cabezazo de Maidana y segundo gol de la T. La popular local era una fiesta. Cantaban, agitaban banderas, nos puteaban, etc. Iban unos 20 minutos del segundo tiempo, cuando salió del fondo de Boca una pelota cruzada, el Chaco Giménez entró en el área, Maidana lo bajó, y el árbitro dió penal. Se impuso el “Vamos vamos los pibes, vamos vamos los pibes…” Pateó el mismo Giménez, y GOL de Boca. Talleres 2 Boca 1. Faltaban 25 minutos aproximadamente, pero ellos estaban tranquilos. Y se venían con todo al área nuestra. Varias intervenciones de Muñoz salvaron nuestro arco. Faltando unos 10 minutos, expulsaron al Sapo Marchant por doble amarilla. Y ellos se vinieron más aún; no nos dejaban pasar la media cancha. Cuando faltaban 5 minutos, se escapó Gimenez, gambeteó a los dos centrales con una maniobra inesperada (creo que incluso para él mismo) y a la salida del arquero le pegó fuerte arriba, a un palo. GOLAZO!!!!!! Enmudeció la tribuna local, y sólo quedó de fondo casi como un murmullo en un estadio para 40 mil personas, el grito de unos 100: “Vamos vamos los pibes, vamos vamos los pibes… Después de eso se largó a llover y el frío se intensificó. Pero sobre todo, se comenzó a vaciar la tribuna de Talleres, en silencio y con las banderas bajas. Boca aguantó como pudo, y el partido terminó 2 – 2. Un resultado sin importancia histórica para Boca, pero de enorme importancia para los pocos que nos acercamos al Chateau. Para esos hinchas que dejamos de lado la lluvia, el frío, el hecho de que jugaran pibes, y no soportamos no ver a Boca. Mientras me iba, muerto de frío, con las manos heladas, porque por las muletas no las podía meter en los bolsillos, y todo mojado, me acordé de aquellos que se dejaron vencer por la comodidad. Aquellos que pensaron: “con los pibes nos golean seguro”, aquellos que pusieron como excusa que Boca no jugaba por nada, o que pronosticaban lluvia, y se quedaron en su casa. Pensé en ellos, y me dije: ésos no son de Boca. Boca es ésto. Y mientras volvía a mi casa en un colectivo con hinchas de Boca cantando y festejando, todos mojados me sentí terriblemente orgulloso por ser de Boca, y me salió de bien adentro un: VAMOS BOCA TODAVIA…

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Eperemos que Boquita gané dentro de un rato.