sábado, 5 de abril de 2008

Un Iraquí de viaje por EEUU III (última)

Esta mañana vi un sticker en un paragolpes que decía "En algún lugar en Texas un pueblo extraña a un idiota". Todavía estaba medio dormido, así que me llevó un rato entenderlo; a la mañana soy lento. Cosa que me preocupa un poco, porque mi cerebro debería estar bien despierto: en menos de media hora tendría una cita con una "experta en Irak" de la Universidad Nacional de Defensa.

Cuando llego allí, necesito mostrarle al guardia un documento, saco mi credencial de prensa, pero a él no le gusta, quiere ver mi pasaporte y ya sabemos lo que odio el tema de mi pasaporte. Lo mira y dice "Ah, iraquí". Siento como si hubiera entrado en el set de filmación de una película de guerra. Este es el comienzo, donde todavía los están entrenando; ésta es la escena en la que se ve al personaje principal entre sus colegas que más tarde serán salvados por el héroe valiente de la película. Edificios de ladrillo rojo de dos pisos y plazoletas verdes con oficiales jóvenes que marchan en formación. Estoy tan fuera de lugar aquí. ET, en serio, necesita volver a casa.

Pero apenas aparece Judith Yaphe, sé que nos vamos a llevar bien; se parece mucho a mi profesora de francés de la secundaria en Bagdad. Como investigadora en el instituto de estudios de estrategia nacional de la Universidad Nacional de Defensa, Yaphe "se dedicó a Irak en los últimos 30 años". Deduzco que si uno se dedica a algo tanto tiempo, debe conocerlo bien, especialmente cuando trabaja para "la agencia".
Ella dice: "La falta de conocimiento sobre Irak entre la gente que toma decisiones aquí es abrumadora", y cuando llegó el momento de ir a la guerra, la administración verdaderamente creía que iba a ser una guerra corta, que los norteamericanos serían recibidos con flores y que todo saldría bien. "Si usted cree eso y quiere hacer una guerra corta, entonces no planifica lo suficiente. ¿Es estúpido? Sí, yo diría que sí".

Pero había otra posibilidad; en un universo paralelo, donde el Pentágono no tuviera el control, Ahmad Chalabi no existiera y la administración Bush no escuchara a gente como Yaphe, podría haber un Irak que lograra salir del caos de la guerra menos perjudicado. Pero nunca lo sabremos.
De vuelta en este universo, "la mayor democracia sobre la tierra" está llevando a cabo elecciones. Si uno compra el peor escenario de Yaphe y vive en Oriente Medio, lo mejor sería ir acopiando alimentos. "Mi peor escenario es que Bush es reelecto y que la gente que quiso ir a la guerra con Irak vuelve y decide continuar con su misión, que es hacer cosas terribles".
Me pregunta si mi verdadero nombre es Salam y, cuando le menciono mi apellido, el nombre de la tribu, lo reconoce. Me quedo pensando: "Ella sabe, es verdad que estuvo dedicada a Irak durante 30 años".

Más tarde...

Espero cinco minutos en la puerta de la Universidad de Defensa, pero no aparece ningún taxi y decido caminar. Decisión equivocada. Aparentemente, la universidad está muy cerca de lo que probablemente sea el equivalente a Sadr City en Washington. Me doy cuenta de que mis instintos no funcionan, no diferencio entre buenas y malas señales, este lugar se ve muy pobre. Como en Sadr City, muchos hombres que parecen no tener nada que hacer están parados en las esquinas.

Recuerdo haber discutido con un taxista en Bagdad hace un tiempo. Estaba convencido de que no hay norteamericanos pobres, que son todos ricos. Vení a ver este "habibi". La cosa se pone aún peor. Alá decide vaciar su pileta y empieza a llover. Me doy cuenta de que me olvidé el papelito con la dirección de mi próxima cita. Ruego que David Kay no sea un tipo puntual.
Kay aceptó encontrarse conmigo para almorzar en un lugar de mi elección. Lo único que conozco es el negocio que vende roscas cerca del hotel. Llamo a una corresponsal del diario The Guardian de Londres aquí en el DC para pedirle ayuda y me sugiere ir al Palm. "Es un lugar adonde les gusta ir a los hombres". Después de varios "ahhhh" y "mmmmm" de mi parte, me dice: "Salam, no es un lugar de strip tease".

Cuando regreso al hotel para recoger la dirección, todavía tengo tiempo para chequear el sitio web del restaurante en Internet. "El lugar ideal para negociar y cerrar acuerdos frente a un bife jugoso y un martini. No sólo los políticos van al Palm de Washington; también personas como Larry King están entre los clientes habituales del Palm". Cuando llego allí, me hacen pasar junto a unas lindas mesas cerca de la ventana y me llevan a una mesita en el fondo. Obviamente tendría que haber dicho que era Salam Pax, la celebridad de Internet, y que quiero sentarme cerca de Larry King.

El lugar es muy ruidoso y lo primero que menciona Kay es que es el lugar perfecto para una conversación íntima; nadie nunca puede oír lo que estás diciendo. No tomamos martinis: él pide un té helado y yo, una Coca Cola.

La primera vez que Kay estuvo en Bagdad fue en 1992, al frente del equipo de inspección de armas nucleares de la Unscom y, más recientemente, fue enviado a Bagdad por Estados Unidos como principal inspector de armas para el Grupo de Investigación Iraquí para aclarar la cuestión de si había o no armas de destrucción masiva allí. Regresó a Washington diciendo que no había encontrado "grandes arsenales de armas de destrucción masiva de fabricación reciente", con lo cual echaba por tierra el principal argumento que justificó la guerra en Irak: Saddam y su arsenal mortal de armas de destrucción masiva.

¿Qué piensa entonces el hombre que empezó su testimonio ante una comisión del Senado de Estados Unidos diciendo "Resulta que nos equivocamos" sobre la guerra y las razones por la que se libró? "Lo que me preocupa es que dentro de unos años habrá un historiador iraquí que dirá: 'La única razón por la que Estados Unidos y Gran Bretaña fueron a la guerra fue por el petróleo, las armas de destrucción masiva e Israel. Nunca les importó lo que Saddam les hizo a los iraquíes'. No importa si tenía las armas. Saddam estaba destruyendo la sociedad".

Les digo que este viaje genera más confusión que respuestas. Paso el resto de la tarde en un lugar que me resulta mucho más fácil en materia de orientación: los pasillos alfabetizados de una tienda de discos.


Los canales de noticias aquí no son como los canales de noticias a los que estoy acostumbrado. Tendrían que mirar Al Jazeera -malas noticias, noticias graves, más malas noticias- y verán en qué se convierte un día común y corriente. Lo que hacen acá son programas de entretenimiento en vivo, no noticias. Los programas a la hora del desayuno son los que más me molestan; no puedo soportar toda esta felicidad tan temprano a la mañana. Las noticias sobre las explosiones en Bagdad y las tropas norteamericanas que se niegan a cumplir órdenes se mechan con los comentarios jocosos del "Sr. Tiempo" o de la señorita conductora y todo se diluye.

Las vacunas contra la gripe se volvieron un tema de campaña. No lo entiendo, pero sí me doy cuenta de que Saddam probablemente tenga un mejor plan de salud que la mayoría de los norteamericanos (ni hablar de los iraquíes) y esto me parece gracioso.
Hoy tuvimos una toma de fotos. ¿Por qué no puedo tener una de esas de sesiones de fotos glamorosas? Sólo me paro ahí e intento sonreír, pero lo único que me viene a la cabeza es una taza de café. Lo bueno es que la estamos haciendo cerca del Mall (la inmensa explanada situada entre el Capitolio y el monumento a George Washington), así que después voy a poder ir a varios monumentos y mirar dónde toman las decisiones quienes toman las decisiones.
Es como recorrer un museo. Me siento un poco intimidado por estos edificios. Cuando salgo a caminar a la noche todo parece muy vacío. Todos los días, dos millones de personas llegan al DC, pero sólo una cuarta parte vive aquí. No paso mucho tiempo en el centro después de mis reuniones; las cosas son demasiado grandes y demasiado altas.

Todavía no logro dilucidar cómo me hace sentir este viaje. Llegué aquí dispuesto a enfurecerme y a indignarme, pero todo lo que encuentro es gente que toma conciencia de la gravedad de los errores cometidos en Irak. La única persona que parece ser incapaz de admitir que se cometieron errores es el tipo que está sentado en la Casa Blanca.

Me dijeron que pronto van a inaugurar un monumento conmemorativo de la guerra iraquí, junto a los monumentos de Vietnam y de la guerra de Corea. Hay micros llenos de veteranos que vienen a hacer picnic cerca de los monumentos de guerra. Para el sábado a la noche, decido que necesito salir; voy a ir a uno de los clubes que sugirió Sean, el soldado del weblog.

Día Cinco


Primeras horas de la madrugada del domingo, en uno de los clubes recomendados por Sean. Hay una bola de espejos del tamaño de mi auto. Me siento atraído a ella como un gusano a las llamas.

Día Seis


Lo más cerca que voy a estar de un discurso de campaña es escuchar a Al Gore en la Universidad de Georgetown hoy. El discurso fue bueno; nos reímos, lloramos y gritamos siempre que correspondía. Un demócrata me había advertido de antemano que Gore podía llegar a excitarse durante sus discursos, que había que prestarle atención a los gritos y a los movimientos que hace sobre el escenario. Bueno, no se había movido tanto, pero yo habría sugerido unos pañuelitos de papel -el pobre tipo estaba sudando ríos de agua debajo de esas luces y, en un punto, tuvo que sonarse la nariz con las mangas de la camisa. Ah, y alguien también podría decirle que su pelo está bien, que tendría que dejar de tocárselo cada dos minutos.
¿Sobre qué era el discurso? George Bush no es estúpido, es malo. (Gore usó más palabras; ya conocen a los políticos). En realidad, ése es un buen punto. Al considerar a Bush como alguien que "no tiene la curiosidad normal como para separar la realidad del mito" o como un cristiano que recuperó la fe y "confía en su fe religiosa más que en el análisis lógico", lo único que logramos es que se torne menos peligroso.

Gore descartó ambas imágenes como "imágenes de caricatura" y agregó: "Estoy convencido de que los frecuentes alejamientos del presidente de un análisis basado en la realidad tienen mucho más que ver con la ideología política y económica de derecha que con la Biblia".

Más tarde…


Mi próxima cita es con un ex hombre de la CIA que conoció Irak íntimamente durante un tiempo y estuvo bastante en Bagdad, incluso después de la guerra. No puedo, por supuesto, revelarles su nombre. Podría, pero tendría que matarlos. El trabaja ahora en el "sector privado". Es todo lo que puedo decir. Bueno, está bien, es Whitley Bruner.
"La disolución del ejército fue un gran error", dice. Cuando Paul Bremer, el administrador norteamericano en Irak, decidió deshacerse del Ministerio de Defensa iraquí, 400 mil personas se quedaron sin trabajo y furiosas.

El otro error cometido por Washington y la Autoridad Provisional de la Coalición en Bagdad fue la formación del Consejo de Gobierno: "Esta fue la consolidación del régimen de los exiliados: los de adentro son los que necesitamos".

Cuando hablamos sobre las posibles elecciones iraquíes en enero, no suena optimista; no cree que vayan a suceder porque, para empezar, no hay partidos internos, sólo los exiliados están listos. En realidad, los partidos religiosos también están listos, y esto es algo que no muchos consideran; ¿qué haría el gobierno de Estados Unidos si hay elecciones e Irak elige a alguien como Sadr o incluso al ayatola Sistani? "Nadie está preocupado por esta cuestión todavía; afortunadamente aún hay tiempo".

No hay manera de que la administración Bush pueda remediar el caos que creó en Irak diciendo que no sabía y no podía predecir lo que sucedió, porque durante dos horas estoy sentado aquí en Washington frente a un hombre que sabía tanto sobre tantas cosas que pensé que nadie en Occidente sabía.


Día Siete...


Mi último día y estoy conociendo a Laurie Mylorie. Empiezo a madurar la idea de nuestro encuentro cuando en Google aparece un artículo titulado “Laurie Mylorie: La teórica sobre conspiración preferida por los neoconservadores”. Realidad o ficción, para mí era razón suficiente.
Nos encontramos en el hotel Savoy; allí es cuando entro en la zona misteriosa. En Internet la describen como una experta en Irak y el terrorismo. Publicó libros sobre Saddam y sus relaciones con las redes terroristas y fue contratada por el Instituto Norteamericano de la Empresa. ¿Me va a cortar en pedacitos para servirme como entrada en una cena? Está convencida de que Saddam estuvo detrás de todos los ataques terroristas contra los intereses norteamericanos en los últimos diez años, un hombre en el corazón de la guerra contra Estados Unidos. Y tiene muchos amigos que la escuchan.

Cuando aparece, no sé qué pensar. Hablamos sobre su teoría que vincula a Irak con los atentados del 11 de septiembre y se ofrece una larga explicación. ¿Les interesa conocerla? Pueden encontrarla en www.benadorassociates.com/article/6172. Para mí, era demasiado complicada de seguir y merecía dos episodios de “Los expedientes X”. Me entretuve mirando cómo desintegraba la bolsita del edulcorante en pedacitos cada vez más chiquitos.
Me despierto cuando menciona a Dick Cheney. De verdad, parece que le gusta el vicepresidente de Estados Unidos. “Cheney es un gran hombre”. Si fuera por ella, habría que haberse ocupado de Saddam mucho antes y los ataques de Clinton en Irak fueron “una respuesta débil y patética que, en mi opinión, condensa la incapacidad de gran parte de la elite norteamericana para entender un peligro como Saddam”.

Pero lo que realmente me cuesta mucho entender es cuando me dice que la administración Bush se negó a usar sus argumentos para justificar la guerra en Irak. Uno habría pensado que la teoría de Mylorie era como un regalo del cielo para este gobierno, pero no, aparentemente no apelaron a sus argumentos. Y cuando le vuelvo a preguntar, diciéndole que esta negativa realmente me suena extraña, habla de “obstrucciones burocráticas”.

Entonces, doctora Mylorie, ¿el mundo es un lugar más seguro ahora que nos deshicimos de Saddam? Aparentemente no. “La guerra no terminó, se cometieron muchos errores”. No, otra vez con lo de los errores.

Ahora que terminaron mis siete días en Washington, una de las pocas cosas que me parecen claras es que incluso la gente que sabe no tiene ni idea qué hacer en Irak, pero todos coinciden en que se cometieron errores. No sirve de mucho consuelo. Para salir de Estados Unidos tengo que pasar por la oficina de seguridad fronteriza nuevamente para que sellen mi pasaporte. Empiezo con mi verso de que “creo que deberíamos trabajar con los norteamericanos”. Pero con menos convicción que habitualmente. Los norteamericanos con los que yo quiero trabajar parecen estar excluidos y lo único que pueden hacer es dar un apretón de manos y decir: “Intentamos decírselos”.¿No será demasiado tarde?