sábado, 15 de diciembre de 2007

La Dulce Espera

Casi tres de la mañana de este sábado especial, y no consigo dormirme. La espera me mata: faltan aún unas 9 horas para que Boca juegue contra Milan la final del Mundial de Clubes. Mucha gente al leer esto pensará que exagero, pero ser hincha de Boca es así: ansiedad y sufrimiento antes de los partidos, sufrimiento extremo durante los 90 minutos, y al final, al menos en los últimos 10 años, una alegría también extrema, que por suerte supera todo el sufrimiento previo y nos deja preparado para el próximo encuentro. No hay nada igual. Nada; ni siquiera un exámen final en la universidad. Se me dirá que quizás la espera antes del parto, especialmente si uno va a ser padre por primera vez supere esto: no lo creo responderé convencido. Durante el embarazo los chequeos te van diciendo más o menos como viene la cosa, y salvo alguna desgracia esporádica los nacimientos transcurren tranquilamente y los bebés llegan sin demasiados sobresaltos ni sorpresas (si vienen mal uno normalmente lo sabe de antemano). Pero en el fútbol la cosa es muy distinta: no importan los "chequeos previos" , todo puede pasar en los 90 minutos. Es por eso que la espera es una acumulación de ansiedad, que disminuye un poco durante el encuentro si uno tiene la suerte de poder verlo, y que se transforma en una explosión de euforia al final. Sin embargo se podría decir que éstas últimas líneas valen para un hincha de fútbol en general; para un hincha de Boca es muy diferente. Podría aquí enumerar las diferencias, o podría contar infinidad de situaciones vividas, pero prefiero dejarles lo que escribí unos 3 años atrás, recordando un partido entre Boca y Talleres de Córdoba, justo una semana después de que Boca ganara la Copa Libertadores 2000 y River el campeonato Argentino.

Los Pibes
El domingo siguiente Boca venía a Córdoba. Contra Talleres, el club del barrio donde vivo, pero también club por el cual no tengo ningún tipo de simpatía. Hace cinco años que vivo en Barrio Jardín, y en aquel momento hacía sólo dos. Esta vez no podré ir, pensé, entre resignado y dolido. Aunque supuse que ésta vez sería más fácil resistir ese domingo con Boca tan cerca, y yo en casa escuchándolo por radio. Los motivos se imponían rotúndamente: a la falta de dinero y el frío de un típico domingo de Julio, se le sumaban, para hacer más difícil la empresa de ir al Chateau, una pequeña fractura de tobillo derecho obtenida en situación poco felíz y, aúm más importante, el hecho de que Boca jugaba con la reserva. Era Julio del 2000, Boca había salido campeón de la Copa Libertadores de América hacía apenas una semana. Al mismo tiempo, River se había coronado campeón del Clausura 2000 ( si, el Clausura se juega a principios de año; cosas del fútbol argentino ). Por lo tanto, Bianchi, el gran Bianchi, le había dado vacaciones a los jugadores profesionales, y venía a Córdoba a jugar la última fecha con los pibes. Los de Talleres necesitaban ganar, para entrar a la Copa Mercosur ( hoy, Copa Sudamericana ). Talleres había andado muy bien en el torneo, por lo que yo imaginaba una masacre futbolística. Otro punto para no ir a la cancha. Así que me tomé con bastante calma mi futura ausencia en la tribuna; sospechosa calma, debería decir.

En la semana, mientras estudiaba una materia (no recuerdo bien cuál), escuchaba radio y en la ciudad no se hablaba de otra cosa que de la inminente entrada de Talleres en la copa. Se daba por ganado el partido contra los pibes de Boca. Debo decir que eso me generaba cierto fastidio. Pensaba: “ qué bueno sería ganarles a estos giles y dejarlos afuera con los pibes, así aprenden que Boca es Boca “. Imaginaba el domingo escuchando la radio a una hora en colectivo de donde se jugaba el partido, y me sentía poco más que desdichado. Creo que es el momento de comentar que los cordobeses odian todo lo que tenga que ver con Buenos Aires, incluso a su gente. Por otro lado, a mi me cae bastante mal este hecho. Me parece injusto. No hace falta aclarar que hay una gran antipatía hacia Boca. Por todo esto, yo pensaba que tendría un sabor especial ganarles con la reserva. La semana avanzaba, y los periodistas deportivos cordobeses estaban cada vez más convencidos de que Boca venía de paseo, con unos pibes inexpertos, y que los tres puntos ya eran de Talleres. En cuanto a mí, empezaba a flaquear uno de los puntos que me mantenían tranquilo por no poder ir al estadio. Ya dejaba de ser un partido sin importancia, ahora era una batalla por el honor Xeneize. Quería ganarles más que nunca. Quería que se quedaran afuera de la copa. Por dentro, muy por dentro, pensaba: “ Por qué no le pusimos la primera ?? ” Ese equipo increíble, ese equipo imposible de olvidar, que se recita de memoria como los equipos de antes…Córdoba, Ibarra, Bermúdez, Samuel, Arruabarrena, Basualdo, Serna, Cagna, Riquelme, Barros Schellotto y Palermo, repetían cada domingo los relatores. Con Román manejando los hilos, Guillermo y Palermo que se conocían de la escuela primaria, Serna impasable al medio, y Samuel y Bermúdez que eran una máquina bien aceitada. El Vasco con su despliegue, y el negro Ibarra aportando mucho fútbol por derecha. Con ese equipo le metíamos tres pepas seguro. En cambio Bianchi había optado por licenciar al plantel y venía con unos pibes desconocidos. Sólo dos o tres que habían jugado en primera, como el Sapo Marchant, el Chaco Giménez, o Battaglia. Y el arquero Muñoz. El resto, no tenía ningún partido en primera, aunque Coloccini había jugado un mundial con la selección Sub 19 creo. Se acercaba el fin de semana, y la poca tranquilidad que me quedaba me abandonó. Cada vez quería más ir a la cancha. En realidad lo necesitaba. El Domingo me desperté temprano con fiebre. Fiebre de cancha. Ya no necesitaba ir. Ahora “tenía” que ir. Sentía que Boca me llamaba, que tenía que estar, que eso era ser hincha de Boca, ir en las difíciles. Al equipo campeón cualquiera iba a verlo. El verdadero hincha surgía en las malas. Así que me decidí. Comería arroz durante toda la semana, pero necesitaba el dinero para ir a la cancha. A la una de la tarde me abrigué bastante, ya que el día estaba helado, y por sobre la campera me calcé la azul y amarilla. Agarré las muletas (aparte de yeso, necesitaba usarlas para caminar), y me encaminé hacia la parada de colectivos. Me tomé el 31, directo al Chateau Carreras. Llegué a las dos, y me fui directo a las boleterías. Saqué mi entrada sin dificultad, ya que supuse que la mayoría de la gente llegaría sobre la hora del partido, por el frío que hacía y la amenaza de lluvia. Por fin entre al estadio, y me coloqué justo detrás del arco de la tribuna sur, bien arriba, alejado del futuro disturbio que se generaría en el corazón de la popular, imposibilitado de participar por mi lesión. No había partido de reserva, pues la reserva de Boca jugaba el partido central. En cambio, estaban jugando la cuarta de Talleres contra un equipo desconocido de chicos de algún pueblo cercano. En la popular no eramos mas de 100 personas, y considerando que tenía lugar para 5000, se veía casi vacía. Igualmente gritamos con fuerza el gol del equipo que enfrentaba a la cuarta de la T. En ese momento comprendí que los que estaban en la tribuna conmigo no habían ido simplemente a ver el partido. Se había instalado ya la rivalidad con Talleres. Querían ganarles tanto como yo. No era sólo el último partido de la fecha que había que jugar por compromiso.
Se acercaba la hora del partido, y la tribuna de ellos se empezaba a llenar de a poco, mientras que la nuestra no mostraba ningún tipo de movimiento. Seguíamos siendo alrededor de 100. Nada más. De a poco comenzó el duelo, bastante desigual por cierto, de hinchadas. Aunque nosotros gritábamos con mucha euforia, dudo que se nos escuchara desde el otro lado. Cuando Boca salió a la cancha, no faltó el histórico “Boca, mi buen amigo…”, y a continuación un “Vamos vamos los pibes, vamos vamos los pibes…” muy emotivo, aún siendo tan pocos en la popular. El partido comenzó parejo, pero ya a los 10 minutos se notaba la superioridad de la primera de Talleres. A mitad del primer tiempo, vino lo inevitable. Entrada de Astudillo al área nuestra, falta, y el árbitro marcó penal. Explotó la tribuna de ellos, ya que el empate no les servía. Tenían que ganar sí o sí. Pateó Garay, y gol de Talleres. El primer tiempo terminó 1 – 0, pero con clara superioridad del local. A los 5 minutos del segundo tiempo, córner pateado por Garay, cabezazo de Maidana y segundo gol de la T. La popular local era una fiesta. Cantaban, agitaban banderas, nos puteaban, etc. Iban unos 20 minutos del segundo tiempo, cuando salió del fondo de Boca una pelota cruzada, el Chaco Giménez entró en el área, Maidana lo bajó, y el árbitro dió penal. Se impuso el “Vamos vamos los pibes, vamos vamos los pibes…” Pateó el mismo Giménez, y GOL de Boca. Talleres 2 Boca 1. Faltaban 25 minutos aproximadamente, pero ellos estaban tranquilos. Y se venían con todo al área nuestra. Varias intervenciones de Muñoz salvaron nuestro arco. Faltando unos 10 minutos, expulsaron al Sapo Marchant por doble amarilla. Y ellos se vinieron más aún; no nos dejaban pasar la media cancha. Cuando faltaban 5 minutos, se escapó Gimenez, gambeteó a los dos centrales con una maniobra inesperada (creo que incluso para él mismo) y a la salida del arquero le pegó fuerte arriba, a un palo. GOLAZO!!!!!! Enmudeció la tribuna local, y sólo quedó de fondo casi como un murmullo en un estadio para 40 mil personas, el grito de unos 100: “Vamos vamos los pibes, vamos vamos los pibes… Después de eso se largó a llover y el frío se intensificó. Pero sobre todo, se comenzó a vaciar la tribuna de Talleres, en silencio y con las banderas bajas. Boca aguantó como pudo, y el partido terminó 2 – 2. Un resultado sin importancia histórica para Boca, pero de enorme importancia para los pocos que nos acercamos al Chateau. Para esos hinchas que dejamos de lado la lluvia, el frío, el hecho de que jugaran pibes, y no soportamos no ver a Boca. Mientras me iba, muerto de frío, con las manos heladas, porque por las muletas no las podía meter en los bolsillos, y todo mojado, me acordé de aquellos que se dejaron vencer por la comodidad. Aquellos que pensaron: “con los pibes nos golean seguro”, aquellos que pusieron como excusa que Boca no jugaba por nada, o que pronosticaban lluvia, y se quedaron en su casa. Pensé en ellos, y me dije: ésos no son de Boca. Boca es ésto. Y mientras volvía a mi casa en un colectivo con hinchas de Boca cantando y festejando, todos mojados me sentí terriblemente orgulloso por ser de Boca, y me salió de bien adentro un: VAMOS BOCA TODAVIA…

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Eperemos que Boquita gané dentro de un rato.

domingo, 22 de julio de 2007

Se fue un grande

Hola, hace mucho que no escribo, pero tengo que tomarme un tiempito para escribir hoy. Antes de ayer fue el día del amigo, y lejos de disfrutar mucho, estuve bastante triste todo el día. La noticia de la muerte de Fontanarrosa fue fuerte. Normalmente cuando se muere alguien famoso, uno (al menos yo) no siente algo fuerte, tan sólo un "que cagada, se murió tal...". Una sola vez en la vida antes de la muerte del negro, sentí lo mismo: cuando murió Ayrton Senna. La diferencia es que la muerte del piloto me afecto de una manera extraña. Yo nunca fui un fanático del automovilismo, por lo que aún hoy no me explico porque me sentí mal aquella tarde del 94. En cambio ahora sí que sé el porque de mi tristeza. Soy un gran lector (gran en cantidad...) y un escritor amateur (amateur en calidad) y sobre todas las cosas, soy un gran (gran en todo sentido) amante del fútbol. Cómo no sentirme identificado con el negro. Pensar que mucha gente lo tiene como un dibujante de historietas cómicas. No saben lo que se pierden. Una vez leí quizás la más acertada de las críticas literarias hacia el negro, que decía algo así: "muchos ven en Fontanarrosa a un dibujante que se anima a escribir cuentos de vez en cuando; en realidad es un gran escritor de cuentos que además suele dibujar..."
A los que lo leyeron les digo fuerza, que se fue un grande, pero por suerte nos dejó su gran obra. A los que aún no lo disfrutaron, los invito a leer cualquiera de sus libros de cuentos. A los amantes del fútbol, les dejo el prólogo de su libro EL FUTBOL ES SAGRADO. Si tienen mas de 30 años quizas hayan visto la película a la que se refiere, sino, se las resumo ahora mismo en 4 líneas en formato telegrama:

Campo de concentración; Nazis preparan partido desafío contra presos; presos aceptan y planean fuga en el entretiempo; Stallone al arco, Pelé de 10; primer tiempo pierden feo; llega la hora de escapar, y prefieren seguir jugando; finalmente ganan el partido, y se escapan.


Pero lean lo que escribió en negro, disfruten lejos de preguntarse: Negro, por qué te fuiste, digan Gracias Negro. Gracias por todo.


El Futbol es sagrado
por R. Fontanarrosa
La que yo digo era en blanco y negro, se llamaba “Match en el infierno “ y la dieron hace mil años. Era una época en que íbamos siempre al cine, especialmente con Fernando y, muchas veces, veíamos tres películas seguidas, entrando al cine a la siesta y saliendo cuando ya era de noche. Nadie podía imaginar ir al cine a ver una sola película, como ahora, o ir a ver la película principal y no la de complemento. Era como tirar la guita, como estafarse a si mismo. Por esa razón vimos tres veces, con Fernando, “El rubí sangriento”, una película de pistoleros, en Centroamérica, con ventiladores de techo y un malo que masticaba cacahuetes, andaba en silla de ruedas y terminaba haciéndose pelota al venirse en banda por un precipicio. La única virtud, quizás, de “El rubí sangriento”, era que siempre, no sé por que misteriosa lealtad, iba de complemento de las de Jerry Lewis y nosotros éramos fanáticos de Jerry Lewis.
Lo cierto es que, apenas nos enteramos de que “Match en el Infierno” era de fútbol, nos fuimos con Fernando de cabeza al Monumental. Creo, incluso, que fuimos mucho más temprano, creyendo que había preliminar de reserva. Y era polaca, o checa (tendría que preguntarle a Daniel). Una película seria de esas con poca música, como “Kanal” y que terminaba para la mierda, como deben terminar las pelicula serias. Nada que ver con la fantochada de “Escape a la victoria “, que dieron hace poco, como segunda versión en technicolor y cinemascope, de aquella digna “Match en el Infierno”.
Por supuesto, por respeto a la memoria de la primera, no fui a ver esta otra, máxime cuando me enteré que atajaba Sylvester Stallone. Me pareció bien que, en un film donde laburaban Ardiles y el negro Pelé, entre otros, lo mandaran al arco al troncazo de Rambo pero, así y todo, juré no volver al cine mientras atajara ese tipo. De cualquier manera, después, me enteré del resultado de la película por la radio y por los diarios: por supuesto, todo había sucedido como yo lo temía. En lugar del final amargo y lógico de la versión antigua, acá los prisioneros del campo de concentración no solo ganaban el partido contra los guardianes nazis, sino que, en medio de la euforia entendible de su sufrida parcialidad, aprovechaban el festejo y se viraban del cautiverio aumentando la decepción del Tercer Reich. No podía esperarse otra cosa de Stallone. Si no había considerado un producto comercialmente vendedor la derrota norteamericana en Vietnam, al punto de trocarla en victoria en su delirante colección de Rambos ... ¿cómo podía esperarse que aceptara el áspero epílogo de “Match en el infierno”? Sylvester es uno de los que no se aguantan esas cosas, como no se aguantó el final de “Primera sangre”, el atrapante librito de David Morrel, de donde sacó a John Rambo. En “Primera Sangre” el ex combatiente de Vietnam termina recagado a balazos, como muy lógico corolario para cualquier tipo que le pegue a la policía, mate a varios de ellos y, por si todo esto fuera poco, destruya un pueblo de punta a punta. Sylvester consideró que no era constructivo deprimir así a sus compatriotas y, en su película, si bien Rambo termina llorando como un mariquita, queda lo suficientemente vivo como para enfrentar los futuros riesgos de varias superproducciones más. No dudo que, si el día de mañana, Stallone decide poner de nuevo en la pantalla “ El extranjero “ de Camus, no terminaría muriendo en una pestilente cárcel árabe como le pasó a marcello Mastroianni. Sylvester encabezaría un motín para escaparse con el resto de aquellos desdichados y se casaría por fin con la hija del jeque tras poner entre rejas a Yasser Arafat, el comandante Carlos y un centenar de fedayines de “ Septiembre Negro”.
Pero a lo que voy es a esto, retornando al tema de la remota “ Match en el infierno “: esa película me dejó una frase reveladora, un mensaje para la posteridad. Presten atención. Porque muchas veces uno va a ver infinidad de películas que se promocionan y anuncian como verdaderos reservorios de mensajes fundamentales: “ Una película que cambiará su vida" dicen los anuncios, “ Una revelación que lo acercará a la verdad como una luz cegadora", promete. Y pese a que uno es reacio a ilusionarse pensando que, por la exigua cantidad de dinero que insume una entrada de cine, alguien pueda revelarle el recóndito secreto de la existencia, esos clarines publicitarios suelen atraerlo. Por supuesto, luego, dichos mensajes no son para uno, sino para la dama o el caballero que está sentado al lado y en la mayoría de los casos, la película no se entiende un carajo. A veces sí, un destello extraño parte de la pantalla como si un rayo perdido del haz de luz escapado del proyector rebotara en ella y se nos clavara entre los dos ojos como una astilla de plata. Me pasó una vez a mí, en una película que agarré empezada, de complemento, y me dejó completamente pelotudo. La película se llamaba “ Cleo de 5 a 7 “ y, aún hoy, no he podido explicarme el porqué de tamaño impacto. Tampoco han podido explicármelo los psicológos, quizás porque de 5 a 7 sea una sesión demasiado prolongada para ellos.
Pero retornemos a “Match en el infierno”, que es a lo que quiero referirme, y a esa frase que conjuga el mensaje pleno de sabiduría y realismo.
Voy a refrescar un tanto la línea argumental de aquella película para explicar al lector inadvertido, más o menos, por donde va la cosa.
La acción transcurría en un campo de concentración alemán, en la Segunda Guerra. Para celebrar ya no recuerdo qué, una celebración que convocaba a varios líderes nazis, los capos del campo deciden hacer un partido de fútbol entre los guardianes y los presos. Los presos aceptan, a pesar de que no se los veía con el mejor ánimo ni con un excelente estado físico. Pero tenían una carta en la manga: entre ellos había un húngaro que era un jugador profesional, que la rompía, la hacía trapo. Supongo que había allí una resonancia ligada a la realidad, no sé si Puskas, o Kocsis, o Boszik, alguno de aquellos integrantes de esa formidable línea delantera húngara, había sido prisionero de los germanos en la vida real. Este tipo, el húngaro que la hacía de goma, se llamaba, o le decían, ”Jo” (¿sería ese el nombre? ¿ Por qué me viene a la memoria, si no? Juraría que era así). Se llamaba Jo. Muy bien.
Los prisoneros, una multinacional de harapientos, comenzaban, entonces un duro período de entrenamiento bajo el permiso alemán, para enfrentar a la fuerte escuadra de la cruz gamada. Jo estaba muy animado ante la posibilidad de volver a ponerse los cortos, pero ... ¿qué ocurre? ... ¡La verdadera intención del grupo de prisioneros era escaparse! Huir del campo de concentración aprovechando las relativas libertades que les daban sus captores. Cuando le comunican eso a Jo, éste se chiva realmente ¡El quería jugar el partido! ¡A él que no le vinieran con el asunto de pirarse cuando ya se veía de nuevo pisando el verde césped y había atesorado en sus oídos el embriagador repique del balón sobre la grama! ¡El partido estaba hecho y nadie de ley, nadie que sea verdaderamente futbolero, sea choro o vigilante, deja de lado un desafío para escapar de un campo de concentración por más fulera que sea la comida! Los otros muchachos, los contra, habían conseguido camisetas para todos, tenían la pelota, habían alquilado la cancha, habían hablado con el referí, hasta le habían puesto redes a los arcos... ¡Y ellos se iban pirara antes del partido como unos maulas! ¿Quién iba a querer después, hacerle un partido a los prisioneros? Por supuesto, cuando se lo dijeron, Jo se puso para la mierda. Y fue ahí, ahí mismo, cuando pronunció esa frase que para mí se inscribe entre los grande speeches del cine mundial, comparable al discurso de Marlon Brando ante el cadáver de Julio César, o a los argumentos de Spencer Tracy en “Heredarás el Viento”. Jo agarró la pelota, la tiro para arriba, la durmió en el empeine cuando caía y dijo: “ El fútbol es Sagrado!.
Aunque sea difícil de creer, pese a la magnificencia del pensamiento, el resto del plantel no le dio bola, no se impresionó ante su retórica, no advirtió que estaba ante una sentencia que cortaba en un tajo la historia del más popular de los deportes. Le contestaron que ganando o perdiendo eran boleta, que había que huir. Jo, de mala gana, lo acepta. Intentan escapar, entonces, y los atrapan. Ante esta falta de espíritu competitivo, los alemanes, respetuosos del programa ya impreso, atentos a un público que saboreaba de antemano el encontronazo deportivo, pero sin olvidar los requisitos disciplinarios exigidos por la FIFA, emiten un fallo: la lista de buena fe del equipo de prisioneros, completa, será fusilada luego del encuentro, sea cual fuere el resultado.
Para hacerla corta: juegan y, en el primer tiempo, los germanos les pasan por arriba. En base a sus virtudes históricamente reconocidas, empuje, velocidad y pases largos, el team de los teutones, donde militaban un par de rubios que sabían, se va a los vestuarios con una nítida y justa ventaja, hay que reconocerlo. Colaboró con ese resultado, por cierto, el prácticamente nulo aporte de Jo para su equipo. El húngaro no había podido superar, era notorio, el duro impacto emocional que significa, para cualquier volante creativo, saber que será fusilado luego de las duchas. Debemos recordar, también, que los magyares son algo latinos y, por ende, más propensos a sufrir anímicamente las presiones del entorno. Pero algo ocurre al comienzo del segundo período, que transforma a Jo. No lo recuerdo bien. Tal vez lo que varía su conducta es que se veía venir una goleada memorable y un toque de novela ante el “olé” enfervorizado de la parcialidad germana. Yo creo que eso fue lo que tocó la fibra del jugador internacional. Ese relajo, ese “tomala vos y dale a Hans” desató el tigre dormido que habita en el orgullo de todo jugador que se precie. “La puta madre que lo reparió – habrá pensado Jo por más caído que estuviese-. ¿ Cómo me van a venir a dar un toque a mí estos troncos?” Porque convengamos, el equipo alemán era bueno, pero bueno para jugar entre los giles.
Jugando con algún rejuntado de oficina la podían pisar más o menos, pero no eran ni Beckenbauer ni Gerd Muller ni Bonhof ni ninguno de esos. Y el otro, Jo, había sido internacional de los magyares, mi querido, que con Ferenc Puskas darían la izquierda más esclarecida del comunismo y en el 53 le harían la fiesta a los ingleses por 6 a 3 en el mismísimo estadio de Wembley.
La cuiestión es que Jo se enojó, cazó la globa, la puso bajo la suela ... y andá a cantarle a Gardel. En treinta minutos dio vuelta el partido, hizo tres pepas y hasta le puso la pelota del gol del triunfo al narigoncito judío que jugaba de once y que tuvo la mala idea de ir a gritárselo a la tribuna alemana, adonde estaba la barra brava de los nazis. Los alemanes se enojaron y no esperaron hasta la pitada final. Ahí no más los cagaron a tiros a todos, certificando que es muy difícil ganar de visitantes.
Abandonamos el cine, aquella tarde inolvidable, convencidos de que, si bien finales violentos como aquel le hacían mucho mal al fútbol, habíamos acuñado una frase rectora para la vida.
Desde aquella revelación hasta hasta nuestros días, nunca me he sentido solo en el inquietante sendero de la existencia.
Cuando algún irresponsable, algún advenedizo o inimputable me invita a una tertulia literaria un sábado por la tarde, o insiste en convidarme a cenar una noche en que se televisa un partido de fútbol en directo, las sabias palabras del talentoso mediovolante húngaro vuelven a mis labios para abofetear al atrevido. Y éste ya no reitera su afrentosa oferta. Sabe que no hay razones, ni argumentos, ni sobornos, que tuerzan el soberano designio de lo sagrado.

Hasta la próxima, que espero sea pronto y con otros ánimos

Lichi

martes, 20 de marzo de 2007

Neuschwanstein (3a parte)

Otra vez escribiendo. Esta vez con una nueva ( creo que será la última ) entrega del viaje al “Castillo de Cuentos”. Esta vez les dejo algunas fotos que sacamos con Andrea, con breves comentarios. Les recomiendo mirar detenidamente la última foto. La imagen es simple, nada del otro mundo, pero impensable en algún paraje Argentino.

El Castillo a lo lejos.


Imagen captada desde el auto, llegando al emplazamiento del castillo. De fondo las montañas del Tirol.

En la puerta.

Vestido Elegante.


Otra vez Boca presente en los mejores lugares del mundo. La gente me miraba con admiración, y eso que no sabían que yo ví a Maradona con la de Boca. Pobres giles.

Mi querida Esposa.

Desde la ventana.

Esta vista es una de las vistas más bellas de la comarca. Ya lo dijo Luis II cuando le comentó a Wagner que había encontrado un lugar sencillamente increíble para construir su nuevo Castillo. La foto la sacamos desde el balcón de la Alcoba Real.

Verdulería Fantasma.

En el camino, lejos de cualquier población nos encontramos con esto. El cartel indica los precios y tiene una alcancía. Al parecer, la gente elige qué “comprar”, mira los precios en la table, y deja el dinero en la alcancía. Increíble, no??? Quizás el hecho de que nos parezca raro habla de cuán equivocados estamos.

Hasta la próxima.

Lichi.

sábado, 17 de marzo de 2007

Neuschwanstein (2a parte)

Bienvenidos a la segunda parte de la historia. En esta ocasión les voy a contar una pequeña historia amorosa (bah, un chisme histórico) acerca de Luis II, basado en una charla de Dolina en su programa de radio. Vamos pues a lo acontecido:

Ubiquémonos en Baviera en 1866. En esa época era rey Luis II, el amigo de Wagner, conocido también como “el rey loco”. Por aquellos días tenía 21 años. Luis era un rey inmensamente popular, pero algunos hablaban con cierta preocupación del abandono de las preocupaciones políticas y de su desmedida afición por el teatro. Los que se preocupaban esperaban en realidad que Luis se casara, para así sentar cabeza, y que se consagrara a la tarea de gobernar y producir un heredero. La belleza de Luis llamaba la atención de las señoritas mas hermosas del reino. La pasión de estas damas era de tal magnitud, que solían cortar trozos de las crines de los caballos que tiraban los carros en donde viajaba Luis, cortaban flores y pasto que el rey había pisado en sus paseos, etc. Pero hay que destacar que nunca se había visto a Luis con una dama, o por lo menos no había dado ningún indicio público de que fuera susceptible a los encantos femeninos. El embajador austríaco llegó al extremo de informar que: “…en los apartamentos reales sólo ha entrado el ambiente del ballet, pues su majestad no siente ningún placer en frecuentar al sexo contrario“. La relación mas íntima de Luis hasta ese momento había sido la que había mantenido con su ayudante de campo el príncipe Paul von Thurn. Se dice que Luis II percibía sus deseos homosexuales, pero lo hacía con espanto y trataba de luchar contra ellos. El sólo tenía con Paul von Thurn una amistad demasiado pronunciada, una atracción que no llegó nunca a consumarse. Cuando Luis se enteró que Paul pasaba las noches en compañía de varias mujeres, decidió dejar de verlo. Ahora bien, la conciencia de unos deseos extravagantes para la corte Bávara perturbaban muchísimo a Luis, pues sabía que esos deseos eran inaceptables en su mundo. Los funcionarios y los cortesanos comprobaron que el rey se había convertido en una persona muy tensa y una rigidez mal actuada le permitía esconder sus deseos. Para desterrar las dudas sore su hombría pensó en casarse. El Duque Maximilianode Baviera y su esposa Ludovica, tenían una hija que se llamaba Sofía, y otra muy famosa que era nada menos que Isabel. Vivían en el palacio de Possenhofen a 5 km del palacio de Luis. Los dos palacios enfrentaban el lago Stanberg. Sofía tenía 17 años, era alta, rubia, tenía ojos azules y cantaba muy bien, y aún mas importante, amaba a Wagner tanto como Luis. Empezaron a verse, el rey le escribía cartas a Sofía en las que la llamaba Elsa y él firmaba con el nombre de Heinrich dos de los principales personajes de la ópera de Wagner Lohengrin. Pero mas allá de las cartas Luis no permitía que la amistad con Sofía avanzara. Ludovica, la madre de Sofía, que era muy casamentera, estaba impaciente y ya tenía buenos antecedentes, a las otras hijas las había “colocado” muy bien. Le pidió a uno de sus hijos, Karl Theodor, que indagara al rey acerca de sus intenciones. El rey consideró indecoroso el interrogatorio y dijo que aún no estaba en condiciones de contraer matrimonio. Karl informó a la madre, y ésta hizo saber a Luis que como sus intenciones no era casarse con Sofía debía cesar en sus visitas e interrumpir la correspondencia que enviaba. Luis se amargó por el reclamo, pero no por perder a Sofía, sino porque pensaba que diluida la posibilidad de casarse caería en la depravación que tanto temía. Para darse una oportunidad más y para tranquilizar a Sofía, que estaba triste porque se había enamorado de él, informó discretamente que quizás en cierta fecha futura podría casarse. Ludovica, se apoyó en esa tenue esperanza y permitió que la relación continuara. Pasó un poco de tiempo y de un modo inexplicable el rey de pronto cambió de actitud. La noche del 21 de enero de 1867 él y la reina madre ofrecieron un baile. Cabe aclarar que en general Luis despreciaba estos encuentros, pero esa noche fue una excepción. Entre la multitud de oficiales y los grupos de admiradoras, divisó a Sofía, y al verla cruzó la sala del trono para invitarla a bailar. Durante las 3 horas siguientes no se separó de ella. Terminada la fiesta, acompañó a Sofía hasta su carruaje y la vió partir.

Mucho después de restablecerse el silencio en los salones del palacio real, las luces de los aposentos de Luis continuaban encendidas. Estaba insomne y convencido nuevamente de que tenía que casarse con Sofía para eliminar sus deseos corruptos. Después de alcanzar esa decisión, temeroso de que una postergación le hiciera perder la confianza, Luis salió disparado de la pieza, despertó a su madre y le anunció la nueva . Ordenó que le preparasen un carruaje y fue al castillo de Sofía a la madrugada. Llegó, despertó a todos hizo una súbita declaración sobre su intención de casarse y al final, bien alto el sol, el rey Luis y Sofía de Baviera formalizaron su compromiso matrimonial. Aquel compromiso fue secreto de estado durante casi una semana. En enero de 1867 se anunció al noticia al parlamento. Luis se lo dijo a Wagner antes que a nadie.

Se forjaron vasos conmemorativos, placas, medallas, monedas,etc. con el retrato de los novios. El comportamiento de Luis era forzado, no era muy cariñoso y Sofía se le quejó a la madre de la frialdad con que su novio la trataba. La madre le dijo que nadie podía ser más aburrido que su propio marido, que ni siquiera era rey. Durante los primeros meses del compromiso Sofía y su familia se vieron sometidos a un extraño régimen de visitas, siempre de noche. A veces el rey decidía ver a su prometida súbitamente y mandaba a un lacayo al castillo de enfrente, y toda la residencia ducal despertaba de su sueño y se vestía, porque Luis exigía que se lo recibiera siempre como soberano. Cuando Luis se quedaba en la residencia, exigía ver a Sofía a solas. Entonces, una dama e compañía se escondía discrétamente detrás de una cortina. Luis se sentaba en un sillón y Sofía tocaba el piano y cantaba varias horas. Después costura: él sentado, ella bordando; cada tanto una frase, De caricias ni hablar. Cierta vez Sofía se atrevió a besarlo en la boca y él se sintió tan trastornado que casi rompió el compromiso allí mismo. La boda había sido planeada para el 25 de agosto de 1867, pero unos días antes cuando vio el ceremonial y la preparación del baile, Luis entró en pánico. Llegó al extremo de pedirle al médico un certificado en el cual se le declarara no apto para el matrimonio. A un funcionario le dijo que prefería morir ahogado antes que enfrentarse a la boda. Agitado y nervioso se paseaba durante toda la noche por sus habitaciones o irrumpía en la pieza de la madre mientras ella dormía, para arrojarse en la cama y llorar pidiendo ayuda. El primer paso decisivo de Luis fue postergar formalmente la boda. Informó que el matrimonio se celebraría el 12 de octubre. A Sofía la demora le pareció razonable porque el ceremonial estaba retrasado. Con la aproximación de la nueva fecha el terror reapareció. Cuando Luis no pudo soportarlo más, dijo que sería mejor casarse en noviembre. El 4 de octubre recibió una carta del padre de Sofía exigiendo que el rey fijara una fecha definitiva o que anulase el matrimonio. Luis aprovechó esa carta y escribió a Sofía: ”Amada Sofía, tus padres desean romper nuestro compromiso, acepto”. De este modo Sofía se enteró por primera vez la decisión de Luis, aunque pocos días mas tarde recibió una extensa carta del rey en la cual intentaba explicar con toda la sinceridad que permitía la discreción, las razones que lo llevaron a romper el compromiso. Las monedas conmemorativas fueron retiradas de circulación, Luis compró todas las placas y lo demás, y los hizo destruir. Todos los grabados que mostraban a Sofía como reina de baviera fueron quemados en presencia de Luis y se volcó ácido sobre las planchas de cobre y los originales litográficos. Al año siguiente Sofía se casó con otro. La boda se realizo en el castillo de Sofía, y Luis no asistió. Pasó la noche de aquella boda en una isla en el centro del lago quemando fuegos artificiales. Luis no pudo casarse nunca. Poco después empezaron a notarse gestos de una locura alarmante, que lo llevó a la muerte años más tarde.

Espero que les haya gustado.

Lichi.

Neuschwanstein (1a parte)

Hola de nuevo. Comienzo aquí con una serie de entregas sobre la vida de Ludwig II de Bavaria (en español, Luis II de Baviera), con algunas fotos del fantástico Castillo que construyó, conocido como Castillo de Neuschwanstein (el cual tuve la ocasión de visitar en Octubre de 2006).

El príncipe Ludwig

El príncipe nació el mismo día en que fue canonizado Louis IX, rey de Francia y fundador de la Casa de Bourbón. Su abuelo y padrino Ludwig I de Bavaria, tuvo a Louis XVI de Francia como padrino. Esta relación con la Casa de Bourbón tuvo una influencia importante durante toda su vida. Ludwig y su hermano Otto fueron educados con un estricto énfasis de servicio.
“Ludwig disfrutaba la vestimenta…le gustaba la actuación, amaba la pintura, y le gusta y le gustaba, hacer regalos de su propiedad, dinero y otras posesiones”, decía su madre. Y eso no cambió nunca. Su gran imaginación, su tendencia a aislarse, y su pronunciado sentido de soberanía fueron también evidentes desde su infancia.

El joven Rey

En 1864 Ludwig II accedió al trono a la edad de 18 años sin ningún tipo de experiencia política, pero, adorado por las mujeres. En 1873 escribió: “Me transformé en rey demasiado temprano. No había aprendido suficiente. Había hecho un buen comienzo aprendiendo las leyes del estado. Pero me alejaron repentinamente de mis libros y me colocaron en el trono. Aún estoy tratando de aprender…”


Historia del Castillo

Ludwig II escribió las siguientes líneas al hombre que más admiró, Richar Wagner:
“Es mi intención reconstruir las ruinas del Viejo Castillo de Hohenschwangau en el auténtico estilo de los antiguos castillos Germanos, y debo confesar que me gustaría mucho vivir allí algún día; habrá una habitación de huéspedes muy acogedora con una vista espléndida de las montañas del Tyrol; tú conoces al huésped venerado que me gustaría acomodar allí; el lugar es uno de los más bellos que se pueda encontrar…”
Casi todos los aspectos del Castillo de Neuschwanstein se mencionan en la carta. Lo que no se menciona, sin embargo, es la razón política para la construcción: en 1866 Bavaria, aliada con Austria, había perdido la Guerra contra una Prussia en expansión. Bavaria fue forzada a aceptar una alianza, que removió los derechos del rey para disponer de sus armas en caso de Guerra. Desde 1866, Ludwig dejó de ser soberano. Esa limitación fue el mayor infortunio de su vida. En 1867 comenzó a planear su propio reino, en la forma de sus castillos y palacios, donde pudiera ser un verdadero rey.
Planeó la construcción del Castillo bajo el nombre de NeuHohenschwangau (cercano al de Hohenschwangau donde se crió junto a sus padres). El nombre de Neuschwanstein fue dado después de su muerte. La perfección fue la clave del nuevo castillo: la construcción debía ser cercana al estilo original y equipada con todo lo moderno.
El Castillo no fue construido tan rápidamente como hubiera querido el rey. Al situarlo en la montaña se presentaron muchas dificultades en la construcción. Un conjunto de diseñadores, arquitectos y artesanos implementaron las ideas del rey. Debieron trabajar día y noche. La primera piedra fue colocada el 5 de septiembre de 1869. El edificio Gateway fue construido al principio, y Ludwig II vivió allí varios años.
Cuando murió Ludwig II en 1886, el Nuevo Castillo aún no había sido completado. Sólo una parte fue completada en 1891. La siguiente foto muestra el estado del castillo a la muerte de Luwwig II.

Cisnes, héroes y santos: el Castillo de los sueños

El Castillo no fue diseñado para una representación real. Aquí Ludwig II escapó al mundo de los sueños_ el mundo poético de la edad Media. Las pinturas de Neuschwanstein fueron inspiradas en las óperas de Wagner, a quien el rey le dedicó el castillo. Las pinturas no fueron sin embargo directamente modeladas a partir de los trabajos de Wagner, sino a partir de las leyendas en las que se basó Wagner para sus óperas. El punto común de todas las salas es el cisne, animal preferido de Ludwig II (Neuschwanstein, Neu=Nuevo...schwan=cisne...stein=piedra). Además el cisne es el símbolo de la pureza por la cual Ludwig II se esforzó toda su vida.
La foto abajo muestra la sal del trono, que se asemeja a una iglesia Bizantina. El trono que debió estar cerca de la pared de fondo, como un altar, nunca fue construido.


La sala del trono sin el trono

La pared pintada con “Cristo en su gloria con el rey canonizado”


La sala de la cena

Ludwig II prefería cenar solo. Es por eso que construyó una pequeña sala para cenar.

La habitación

La habitación fue amoblada en el estilo Gótico. Trabajaron en ella 14 carpinteros durante 4 años para tallar los elaborados maderos de la sala y los muebles. La cama es particularmente elaborada: con sus “ventanas” literales y pequeñas torres se asemeja a una iglesia gótica. Ludwig fue arrestado en la cama en la noche del 11 de Junio de 1886.

La sala de los cantantes

Esta sala es la mas larga de todo el Castillo. Ludwig jamás pudo escuchar la música de Wagner en la sala.



Finalmente, me despido hasta la próxima entrega, con una foto del Castillo en todo su esplendor.

Lichi.

Un paseo por Praga (2a parte)

Hola, espero que les haya gustado la primera parte. Aquí no habrá fotos, sino algo que escribí en su momento, inspirado por un lugar que visité en Praga. No les digo más, así pueden disfrutar el relato y ver cual fue el lugar visitado.

Muerte Pretérita

Llegué a mi casa a la hora acostumbrada, y había soldados por todos lados. Me llevaron bajo la acusación de herejía convencional, y como prueba presentaban una pila de escritos prohibidos por la iglesia, encontrados en mi hogar.

Pasé unas pocas horas en una celda húmeda y pestilente, y fui conducido ante las autoridades. Allí fui interrogado de forma amable, podría decirse, dándoseme así la posibilidad de confesar por propia voluntad. Por supuesto, no les dije nada sobre lo que buscaban. Acto seguido, fui trasladado nuevamente a la celda…

*****

Todo había comenzado por mi atracción por la ciencia. Mi terquedad quizás haya ayudado. El hecho de leer primero, y estudiar después, libros prohibidos por ellos tenía sus riesgos. Peligro al que me entregué con pasión.

Después de haber leído algunos escritos de nuevos pensadores, la concepción del mundo cambió para mí. Descubrí en dichos textos, conseguidos en el mercado negro, y a muy bajo precio, un mundo fascinante, y la visión global que tenía sobre la vida cambió por completo. Enseguida me sentí atraído por este conjunto de ideas nuevas, y poco a poco comencé mi búsqueda. Esperaba encontrar gente como yo, para compartir lo nuevo, para poder expresarme en un ambiente de libres pensamientos, sin tener miedo.

Corría el 1405 DC y ellos estaban en su apogeo. Las ciudades que se negaban a doblegarse, eran cercadas por sus enormes ejércitos. El sitio podía durar meses, hasta que los propios sitiados, vencidos ya por el hambre, se entregaban, y abrían las puertas de sus ciudades. Muchos eran muertos allí mismos, como muestra de autoridad, y como una dura advertencia a futuros rebeldes. Había también torturados, de forma especial, que tardaban horas y hasta días en morir, para poder congraciarse con Dios antes de dejar este mundo.

Teniendo en cuenta estos antecedentes, mi búsqueda fue difícil, pues el camuflaje en grupos como los que yo buscaba, era esencial para sobrevivir en esos años. Finalmente, y de manera inesperada logré contactarme con alguien. Dicha persona me llevó con su grupo y fui aceptado, después de un largo interrogatorio.

Días después, fui invitado bajo extremas precauciones, a una de sus reuniones.

Nos reuníamos en cuevas cuya existencia era desconocida por las autoridades, aunque no se encontraban muy alejadas de la ciudad. Allí, bajo un clima distendido exponíamos y discutíamos nuestras ideas, y comentábamos las de los nuevos pensadores, algunos perseguidos, otros ya apresados. Había una regla básica a cumplir: estaba terminantemente prohibido discutir sobre temas científicos en la vida diaria. Así, eramos casi invisibles para la iglesia. Sabíamos que si nos atrapaban, pasaríamos cosas horribles, pero quizás eso era lo que nos daba más fuerza. A veces la rebeldía es una fuerza mucho más efectiva de lo que uno puede imaginar.

*****

Menos de un día después, fui conducido por primera vez a la sala de torturas. Comenzaron quemándome la piel de los pies, práctica muy utilizada en los interrogatorios de la inquisición. El dolor fue indescriptible, pero no suficiente para romper mis convicciones.

Al ver que no me quebraba decidieron quitarme una a una las uñas de las manos. Rogué desmayarme en ese momento, y cuando sentí que perdería el conocimiento, cesaron las torturas, me llevaron a la celda, y me dieron agua y comida. Me querían consciente, para poder averiguar más sobre mi grupo.

Al día siguiente me dieron la opción de declarar, y ante mi negativa, sufrí una sesión de potro.

Al sentir que me estiraban como un cinturón de cuero, al sentir crujir mis articulaciones, acompañadas de un dolor profundo, cruzó por mi mente la idea de la confesión. Sabía que al hacerlo, no sería perdonado, pero quizás pudiera conseguir una muerte rápida y sin sufrimientos. Finalmente resistí, ayudado por la idea de que mis compañeros pasarían por eso mismo.

Fui conducido a una celda nueva, sin ventanas, y al cerrar la puerta, me vi en la oscuridad total. Allí estuve un lapso de tiempo que no supe calcular, aunque me dieron de comer dos veces, por lo que estimo que pasaron más de dos días. Dormí la mayoría del tiempo, tratando de recuperarme de las sesiones de tortura. Trataba de no pensar en lo que me esperaba.

Fui despertado de repente, y la oscuridad ya no era tal. La puerta estaba abierta, y cuatro soldados me tomaron de mis doloridas extremidades. Estaba con ellos una quinta persona, perteneciente al clero. Leyó mi sentencia en forma indiferente, y se marchó.

El sólo escuchar lo que había en mi futuro cercano, me generó un estremecimiento que estuvo a punto de quebrar mi silencio. Sería empalado en la plaza principal, hasta morir. Según las autoridades eclesiásticas, debería emplear el tiempo que tardara en morir para arrepentirme y rogar perdón al Señor.

Forcejee con mis escasas fuerzas, desesperadamente, y nada obtuve. Sólo un cansancio aún mayor, y dolor en brazos y piernas.

Mientras era conducido a la plaza, me resigné y decidí que mejor era morir dignamente, a traicionar a los míos. Pero al ver el palo, en este caso de metal y con punta afilada, sentí un terror como nunca antes había sentido. La idea de una confesión no me pareció en ese momento tan lejana como minutos antes…

Inesperadamente, algo de claridad acudió a mí, me calmé notablemente, y comprendí que no había vuelta atrás. Moriría en silencio, llevándome a la tumba el secreto de los que pensaban como yo…

Llegamos a la plaza, fui alzado con ayuda de aparejos, y depositado a corta distancia del palo. Se leyó en público mi condena, con detalles de mis pecados, y se envió una advertencia a quienes actuaran de modo similar al mío. Lentamente se me dejó caer…El dolor agudo fue enorme, pero rápidamente desapareció, y comencé a ver luces delante de mis ojos. Había murmullos en torno mío, en un idioma extraño para mí. El dolor de las torturas anteriores ya no se notaba, y sólo sentía un leve dolor de cabeza. Todo era muy confuso. Poco a poco comencé a ver a mi alrededor, y al divisar el palo enfrente mío, se apoderó el terror nuevamente de mí. Pero esta vez escuché una voz familiar que me animaba. La voz de mi esposa. De repente todo se aclaró en mi mente. Caminábamos con mi esposa por las calles de Praga, y fue idea mía entrar al Museo de la Tortura. El resto de la historia lo conozco gracias a relatos suyos. Vimos uno o dos artefactos de aquella época, y al pasar frente al palo me desvanecí, caí, mi cabeza dio contra el piso, y estuve unos minutos inconsciente.

*****

Al contarle esta historia a mi psicólogo, me sugirió que el traumatismo del golpe tal vez me haya generado ese extraño sueño. Por otro lado, conocí gente que lo interpretó de una manera bastante diferente. Según su teoría, en alguna vida anterior morí empalado por la inquisición, llevado a ese final por cierta rebeldía asociada con ideas científicas.

Yo no sé que pensar. Quizás a la segunda teoría debería agregarle que desde pequeño me gustó la ciencia, y hoy soy, pese a muchas dificultades financieras, estudiante de Física. Aunque en la teoría de múltiples reencarnaciones nada se dice de semejanzas entre dichas vidas. Mis amigos que apoyan esa idea, insisten en que sentí una atracción especial hacia el museo, por una rara conexión entre mis dos vidas, que tienen en común la ciencia.

Igualmente, prefiero pensar que todo fue sólo un desmayo…


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Sé perfectamente que no soy un buen escritor (es más, ni siquiera soy un mal escritor), pero pienso que lo importante es que ésto me salió inspirado en lo que vi. Por supuesto que no es verídico...no me desmayé, aunque sí me lleve una fuerte impresión. Los abandono hasta la próxima.

Lichi

Un paseo por Praga (1a parte)

Hola, soy Lichi y estoy inaugurando este Blog con un relato de nuestro viaje a Praga, en 2005. Aproximadamente diez años atrás leí (no recuerdo donde) que Praga es considerada la ciudad más linda del mundo. Aquella vez, siendo un desocupado en Argentina, y con pocas esperanzas de terminar mis estudios, me dije: algún día voy a visitar Praga. Por supuesto que muy en mi interior sabía que era realmente poco probable que eso sucediese. Tal vez esa tendencia soñadora de gran ayuda en momentos difíciles, quizás el vacío estomacal típico de aquellos malos tiempos, me hayan dictado ese pensamiento. Lo cierto es que finalmente ese pequeño anhelo se cumplió, y mucho más rápido de lo que hubiese imaginado aún en mis momentos de optimismo (escasos momentos). Valgan estos renglones previos como preámbulo para comenzar a mostrarles algunos lugares de una ciudad espectacular. Si bien es cierto que traje mas de 300 fotos, las mejores imágenes están en mi mente, y debido a la imposibilidad de "bajarlas" a la computadora, intentaré buscar las más bellas, seguidas de una pequeña referencia, tratando de no caer en explicaciones tediosas que puedan vía el aburrimiento, opacar lo que la imagen misma intenta decirles.

La primera foto que elegí muestra, como no puede ser de otra manera, el Charle´s Bridge, el más famoso de los muchos puentes que conectan las dos partes de la ciudad divididas por el río Vtlava.


Una de las vistas más impactantes de Praga: la ribera del Vtlava que permite ver a lo lejos los palacios que rodean al Castillo, y en la cima, coronando imagen, la catedral del Castillo.



Por supuesto que Boca no podía faltar en una ocasión tan importante. Noté, aún sin entender una palabra de Checo, que la gente miraba la camiseta con admiración, y hasta adiviné comentarios elogiosos.


Imagen captada desde la cima de la montaña. Sin palabras...


El centro de la ciudad, con el Museo Nacional de fondo.
Me despido hasta la próxima, espero que les gusten las pocas cosas que les pude mostrar. Mirando de nuevo las fotos, me pareció más evidente que por más buena que sea la foto, no se compara con el recuerdo visual. Si estas imágenes les parecen lindas, imaginen lo que se siente viendo eso directamente. Un abrazo y espero agregar algo pronto.

Lichi.